El caso de Alberto Fernández ha traído dos novedades de envergadura. Una de ellas es la radicalización del gobierno de los Kirchner, sobre todo, en los últimos diez días, en los que sobraron los rechazos y las negativas frente a la necesidad de negociar políticas importantes. La otra es la profundización, si es que cabe, de un sistema de espionaje interno que Néstor Kirchner perfeccionó al extremo de que ya no se sabe si hay uno, dos o tres servicios que investigan la vida pública y privada de las personas.
En los años 80 la democracia se ocupó de establecer por ley que las Fuerzas Armadas no debían hacer inteligencia interna. El espíritu de aquella norma era preservar a los argentinos del espionaje oficial. Casi 26 años después, es el Estado el que sigue conservando el monopolio del espionaje interno sobre los ciudadanos, aunque por otras vías.
La importancia que Kirchner les da a los servicios de inteligencia puede encontrarse, como en casi todas las cosas que hace el ex presidente, en la fuerza de los números. Cuando él accedió al poder, en 2003, la SIDE contaba con un presupuesto anual de 183 millones de pesos. En el presupuesto 2009, el organismo oficial de inteligencia tiene asignados casi 500 millones de pesos. Ni el Gobierno ni ningún funcionario del espionaje oficial están obligados a rendir cuentas de ese dinero, ni ahora ni después.
"Pudo ser un sinvergüenza que estaba haciendo algún trabajo a pedido", deslizó el ex jefe de Gabi-nete. ¿A quién se refería? Alberto Fernández señaló que no podía hacer imputaciones personales sólo a partir de deducciones.
Sin embargo, a él le llegó la información de que equipos autónomos y privados hacen trabajo de pinchaduras de teléfonos y de correos electrónicos. Los resultados de ese intenso espionaje son vendidos luego al Gobierno a través de la Policía Federal. "Es cierto. La policía compra información reservada a equipos privados de espías. Eso explica la renuencia del gobierno nacional a entregarle la policía a la Capital", señaló un alto funcionario nacional. Nada se sabe de la cantidad de recursos que se gastan en esos menesteres. Más fondos reservados para los fondos reservados.
El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, reaccionó ayer contra las denuncias del otro Fernández con un argumento escaso: se quejó porque el ex jefe de Gabinete no lo llamó para contarle sus desgracias. No se trata, ciertamente, de un problema personal entre viejos amigos. La función en esta vida del jefe de Gabinete es garantizar, por lo menos, la privacidad de los argentinos. Empresarios, políticos y periodistas pueden dar cuenta de muchas anécdotas sobre episodios de sus vidas que terminaron en las tertulias de Olivos.
De hecho, otro protagonista involuntario del escándalo de estos días es nada menos que el vicepresidente de la Nación, Julio Cobos. Dicen que Cristina Kirchner tiene aún más rencor contra Cobos que el propio Néstor Kirchner. La SIDE no es inocente de lo que sucede en la política argentina, aun cuando existiera otro servicio paralelo de espionaje. La SIDE es, según fuentes calificadas, la que tiene a su cargo un seguimiento obsesivo de la actividad pública y privada del vicepresidente y de sus conversaciones telefónicas y también personales. La SIDE no ha dejado de existir; simplemente ahora también compite con otros por la eficacia del espionaje.
Hay juicios abiertos por la existencia de equipos paralelos de espionaje, pero esas pesquisas nunca llegaron a ningún lado. Una comisión bicameral, con confusas y etéreas funciones, está en funcionamiento para controlar los servicios de inteligencia. Su integración es patética: los dos tercios de los legisladores son provistos por el propio oficialismo. La naturaleza de esas comisiones, según la experiencia de todos los países serios donde existen, obliga a una presencia protagónica de la oposición, que es la que debe vigilar el manejo que el gobierno hace de los servicios de inteligencia y hasta de los fondos reservados que éstos usan. La oposición nunca planteó ese problema con el dramatismo que merece.
Sin concesionesMientras tanto, Cristina Kirchner ha convertido en excepcional lo que debería ser normal. ¿No debería ser habitual, acaso, un diálogo de la jefa del Estado con los gobernadores, incluidos los que no piensan como ella? No le fue bien con ninguno, ni con los que están supuestamente cerca ni con los críticos. Con todo, ésas son sólo las apariencias de conversaciones que no dicen nada.
La radicalización sale de los parajes de Néstor Kirchner, que Cristina comparte. Ninguna concesión a nadie. Esa es la orden. Ningún argumento en contra es escuchado. El problema irresuelto consiste en que todas las guerras que están sembrando ahora las cosecharán después de diciembre, cuando haya cambiado la relación de fuerzas parlamentaria. Hasta podrían perder la presidencia de la Cámara de Diputados, el tercer lugar en la línea de sucesión presidencial.
¿Qué se puede esperar, si no radicalización, de un Kirchner que sólo acepta rodearse de Hugo Moyano, de Luis D´Elía, de Emilio Pérsico y de Edgardo Depetri? ¿Cómo podría controlar la administración un líder capaz de enviar a Mario Ishii, inverosímil cacique del duro José C. Paz, a cazar "traidores" por Buenos Aires? ¿Y si Ishii fuera convencido por los traidores de los beneficios de la traición, como seguramente sucederá? ¿No es todo eso el más palpable ninguneo de la política clásica, de sus partidos políticos, de sus bloques parlamentarios y de sus letrados dirigentes?
"Así terminamos mal", deslizó ayer un gobernador del PJ que no dejó el kirchnerismo y que entrevé todavía, no obstante, la posibilidad de que el Gobierno y la oposición puedan crear una convivencia. No podía entender que los gobernantes no se hayan notificado de la derrota electoral, pero menos podía concebir que no hayan registrado las sucesivas derrotas que sufrieron desde que hicieron detonar el conflicto con el campo.
¿Para qué tanta radicalización y tanta intransigencia? ¿Quiere Kirchner encontrar los argumentos para dar por terminada la experiencia de su esposa en el gobierno? En tal caso, hay un aspecto de la paranoia kirchnerista sobre la reunión entre Alberto Fernández y Cobos con algo de razón: el vicepresidente es el político más interesado en que no haya una salida apresurada del actual gobierno. Y Fernández coincide con él, aunque llegó a esa convergencia por otros caminos. Ellos conversaron de esos riesgos. Es cierto.