"¿Usted está de acuerdo con los juicios que se llevan adelante en todo el país contra quienes actuaron durante la última dictadura?" Fue la consigna de la encuesta que lanzó el portal periodístico INFOBAE el pasado 8 de agosto y que concluiría el 12 del mismo mes. Un importantísimo número de 10.901 personas plasmaron su opinión a través del voto virtual, dejando un inesperado resultado: 68,1% no está de acuerdo, 29,6% está de acuerdo y 2,4% no tiene opinión.
Lo que a simple vista nos podría parecer extraño, en realidad está lejos de serlo. Los números hablan por sí solos: durante la etapa de mayor auge y supuesto consenso unánime del setentismo revanchista, la sociedad en su mayoría le da la espalda. Y vale aclarar que el público del portal que realizó la encuesta no es precisamente afín al sector militar ni mucho menos.
Cuando hablamos de setentismo nos estamos refiriendo a aquella política que levanta sus banderas y pronuncia sus discursos en relación con la sangrienta década del 70. Su militancia es actual, pero está apoyada en hechos que tuvieron lugar hace más de treinta años y que lamentablemente no nos dejan mirar hacia adelante, como sabiamente decidió hacer nuestro vecino carioca. Sus objetivos directos a simple vista son, a través de la deformación histórica, victimizar y glorificar al terrorismo subversivo que se levantó en armas contra gobiernos democráticos (eufemísticamente denominando con la carátula de “jóvenes idealistas” a sus militantes) y reabrir causas y llevar a la cárcel a costa de cualquier precio a los miembros de las FF.AA y policiales que participaron en la represión antisubversiva (demonizando bajo el efectista mote de “genocida” a cualquiera que porte uniforme).
La perversa corriente política setentista no es nueva, sino que viene desarrollándose desde el regreso de la democracia, tomando especial fuerza a partir del gobierno de Nestor Kirchner, y contando hoy en día con el poder necesario para condicionar políticas de Estado, planes educativos, decisiones judiciales, subsidios millonarios, etc.
El setentismo ha entendido muy bien que ninguna decisión política toma fuerza si no es con el imprescindible apoyo de cierto consenso que la justifique, y de esta manera desde sus principios comenzó buscando simpatías y adhesiones en los medios masivos de comunicación y en sectores cuidadosamente seleccionados de la sociedad, escudándose tras la noble causa de los derechos humanos con el fin de presentar una imagen positiva. En efecto, el oficialismo encabezado en su momento por Néstor Kirchner, al presumir que los objetivos del setentismo contaban con un apoyo masivo prácticamente unánime, no dudó en volcarse a su favor y como bonificación fue creando la interesada –pero no menos falsa- imagen de “un gobierno con sensibilidad social, preocupado por los derechos humanos”.
Lo cierto es que la relación entre el setentismo y el gobierno K provee de importantes beneficios a ambos: para los primeros la concreción de sus objetivos ahora apoyados por una política de Estado; para los segundos una importante fuente de distracción operante sobre la sociedad toda, a quien se le habla de hechos pasados hace más de treinta años tapando la caótica situación por la que afronta el país en el presente y los incontables casos de corrupción que no dejan dormir tranquilos al matrimonio gobernante.
Lo cierto es que una vez que el setentismo logró acaparar el apoyo directo del poder político, la teatralización del consenso llegó a su punto más alto, materializado en la errada idea de que si el político elegido por el pueblo adopta las políticas setentistas, entonces el pueblo es quien lo adopta como opción. “La derogación de las leyes de Obediencia debida y Punto final eran una deuda pendiente con la sociedad” supo esgrimir Kirchner, quien incorporó esta nefasta corriente en su gobierno desgarrando aquellas heridas que se encontraban prácticamente sanadas.
La ficción del supuesto apoyo popular es apoyada también por otros mecanismos: así como el kirchnerismo trafica miseria comprando espectadores para sus actos, los setentistas se ven obligados a comprar agitadores para sus eventuales apariciones públicas (léase juicios contra militares, actos por la “memoria”, etc) con el fin de mantener la idea de un consenso en realidad inexistente. Contaban los correntinos al respecto, que al inicio del juicio que concluyó hace unos días en su provincia, los abanderados de los “derechos humanos” bajaron a las zonas bajas del lugar y volvieron con un importante número de gente de villa que ofreció a los familiares de los imputados “cambiarse de bando” por algunos billetes más que los pagados por los “derechohumanistas”.
Con no menos fuerza que su marido y ex presidente, Cristina Fernández continúa levantando las banderas del setentismo, mezclando por ejemplo los sucesos de la década del `70 con el reciente conflicto que el gobierno nacional mantuvo con el campo, cuando en sus discursos más que preocuparse por solucionar la disputa, se preocupaba por no olvidarse de remarcar la presencia de las Madres de Plaza de Mayo, conmemorar a los desaparecidos y tratar de vincular de alguna manera a los ruralistas con el gobierno cívico-militar imperante a partir del 24 de marzo de 1976.
Resultados como los arrojados por la encuesta citada al inicio de esta columna, dan la pauta de que nuestra sociedad sólo quiere encaminarse a la tan anhelada paz, reconciliación y prosperidad, aunque por ahora y mientras el setentismo opere, sólo serán meras expresiones de deseo de una gran mayoría, tapada por una gran minoría sostenida por el populismo mutilante que azota nuestra República.
Agustín Laje Arrigoni (El autor tiene 19 años, es estudiante universitario, autor de numerosos artículos de opinión e investigación sobre los años 70.) agustin_laje@yahoo.com.ar
Lo que a simple vista nos podría parecer extraño, en realidad está lejos de serlo. Los números hablan por sí solos: durante la etapa de mayor auge y supuesto consenso unánime del setentismo revanchista, la sociedad en su mayoría le da la espalda. Y vale aclarar que el público del portal que realizó la encuesta no es precisamente afín al sector militar ni mucho menos.
Cuando hablamos de setentismo nos estamos refiriendo a aquella política que levanta sus banderas y pronuncia sus discursos en relación con la sangrienta década del 70. Su militancia es actual, pero está apoyada en hechos que tuvieron lugar hace más de treinta años y que lamentablemente no nos dejan mirar hacia adelante, como sabiamente decidió hacer nuestro vecino carioca. Sus objetivos directos a simple vista son, a través de la deformación histórica, victimizar y glorificar al terrorismo subversivo que se levantó en armas contra gobiernos democráticos (eufemísticamente denominando con la carátula de “jóvenes idealistas” a sus militantes) y reabrir causas y llevar a la cárcel a costa de cualquier precio a los miembros de las FF.AA y policiales que participaron en la represión antisubversiva (demonizando bajo el efectista mote de “genocida” a cualquiera que porte uniforme).
La perversa corriente política setentista no es nueva, sino que viene desarrollándose desde el regreso de la democracia, tomando especial fuerza a partir del gobierno de Nestor Kirchner, y contando hoy en día con el poder necesario para condicionar políticas de Estado, planes educativos, decisiones judiciales, subsidios millonarios, etc.
El setentismo ha entendido muy bien que ninguna decisión política toma fuerza si no es con el imprescindible apoyo de cierto consenso que la justifique, y de esta manera desde sus principios comenzó buscando simpatías y adhesiones en los medios masivos de comunicación y en sectores cuidadosamente seleccionados de la sociedad, escudándose tras la noble causa de los derechos humanos con el fin de presentar una imagen positiva. En efecto, el oficialismo encabezado en su momento por Néstor Kirchner, al presumir que los objetivos del setentismo contaban con un apoyo masivo prácticamente unánime, no dudó en volcarse a su favor y como bonificación fue creando la interesada –pero no menos falsa- imagen de “un gobierno con sensibilidad social, preocupado por los derechos humanos”.
Lo cierto es que la relación entre el setentismo y el gobierno K provee de importantes beneficios a ambos: para los primeros la concreción de sus objetivos ahora apoyados por una política de Estado; para los segundos una importante fuente de distracción operante sobre la sociedad toda, a quien se le habla de hechos pasados hace más de treinta años tapando la caótica situación por la que afronta el país en el presente y los incontables casos de corrupción que no dejan dormir tranquilos al matrimonio gobernante.
Lo cierto es que una vez que el setentismo logró acaparar el apoyo directo del poder político, la teatralización del consenso llegó a su punto más alto, materializado en la errada idea de que si el político elegido por el pueblo adopta las políticas setentistas, entonces el pueblo es quien lo adopta como opción. “La derogación de las leyes de Obediencia debida y Punto final eran una deuda pendiente con la sociedad” supo esgrimir Kirchner, quien incorporó esta nefasta corriente en su gobierno desgarrando aquellas heridas que se encontraban prácticamente sanadas.
La ficción del supuesto apoyo popular es apoyada también por otros mecanismos: así como el kirchnerismo trafica miseria comprando espectadores para sus actos, los setentistas se ven obligados a comprar agitadores para sus eventuales apariciones públicas (léase juicios contra militares, actos por la “memoria”, etc) con el fin de mantener la idea de un consenso en realidad inexistente. Contaban los correntinos al respecto, que al inicio del juicio que concluyó hace unos días en su provincia, los abanderados de los “derechos humanos” bajaron a las zonas bajas del lugar y volvieron con un importante número de gente de villa que ofreció a los familiares de los imputados “cambiarse de bando” por algunos billetes más que los pagados por los “derechohumanistas”.
Con no menos fuerza que su marido y ex presidente, Cristina Fernández continúa levantando las banderas del setentismo, mezclando por ejemplo los sucesos de la década del `70 con el reciente conflicto que el gobierno nacional mantuvo con el campo, cuando en sus discursos más que preocuparse por solucionar la disputa, se preocupaba por no olvidarse de remarcar la presencia de las Madres de Plaza de Mayo, conmemorar a los desaparecidos y tratar de vincular de alguna manera a los ruralistas con el gobierno cívico-militar imperante a partir del 24 de marzo de 1976.
Resultados como los arrojados por la encuesta citada al inicio de esta columna, dan la pauta de que nuestra sociedad sólo quiere encaminarse a la tan anhelada paz, reconciliación y prosperidad, aunque por ahora y mientras el setentismo opere, sólo serán meras expresiones de deseo de una gran mayoría, tapada por una gran minoría sostenida por el populismo mutilante que azota nuestra República.
Agustín Laje Arrigoni (El autor tiene 19 años, es estudiante universitario, autor de numerosos artículos de opinión e investigación sobre los años 70.) agustin_laje@yahoo.com.ar