Si se quiere conocer a fondo el pensamiento íntimo del ex presidente Néstor Kirchner, nada más útil que revisar atentamente las palabras y los conceptos que utilizó semanas atrás, cuando dialogó durante dos horas en una de las dependencias de la Biblioteca Nacional, con unos 300 intelectuales y artistas pertenecientes al espacio denominado Carta Abierta, que agrupa a profesionales de distintas actividades y procedencias.
Durante el diálogo, que fue reproducido con bastante minuciosidad en el diario Página 12 , se analizaron y discutieron cuestiones tan variadas como la tendencia a la cual responde actualmente el Canal 7 de televisión, la verdadera orientación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) o la proyectada construcción del tren bala. Pero lo que importa subrayar aquí no es tanto la opinión puntual que el doctor Kirchner brindó sobre cada uno de esos temas, fácil de prever o de imaginar, sino la claridad con que puso al desnudo, sin duda involuntariamente, el sesgo autoritario que sigue estando en la base de su anacrónico pensamiento político.
Algunas de las expresiones que usó, en efecto, parecen escapadas de la etapa más oscura de los totalitarismos del siglo XX. Dijo, por ejemplo, en una explosión de sinceridad: "La racionalidad que nos piden es el comienzo de la rendición". Y para que no quedaran dudas sobre su personalísima concepción de lo que significan el diálogo y la civilización en materia política, propuso esta combativa estrategia: "No a la racionalidad traidora; sí a la racionalidad creativa, en favor del campo popular". Es decir: seremos racionales cuando la racionalidad convenga a nuestra causa, pero seremos irracionales cuando la racionalidad beneficie a quienes estén en el campo político opuesto. Un estilo realmente original de concebir la racionalidad como base de la convivencia democrática.
El caudal de agresividad y el espíritu de intolerancia que surgen de esas manifestaciones del ex presidente coinciden con la carga de inocultable violencia que emana de otras expresiones que también usó en el curso del encuentro celebrado en la Biblioteca Nacional. Esta, por ejemplo: "No podemos ser miserables y dar dos pasos atrás. Tenemos que dar cinco pasos adelante, por nuestra historia y por nuestros compañeros que ya no están". O esta otra: "No se puede dar un paso atrás. No se pueden regalar las ideas ni la calle".
No es posible pasar por alto, asimismo, la pueril insistencia del ex presidente Kirchner en atribuir toda actitud de crítica u oposición al actual gobierno a una maniobra de la "oligarquía" política o social, vieja argucia que hoy resulta ridícula e inaceptable. Lo curioso es que se pone especial énfasis en denunciar la "transversalidad" de esa supuesta oligarquía, en la que hoy estarían incluidos, según Kirchner, sectores del propio peronismo, así como nucleamientos provenientes del alfonsinismo y de la izquierda política. Asombra, por cierto, que ahora se les reproche a los opositores el uso de la "transversalidad" como recurso para la formulación de alianzas, cuando el kirchnerismo fue el primero en levantar ese instrumento para la constitución de esa clase de uniones suprapartidarias o "non sanctas".
Si se tiene en cuenta que todas estas reflexiones del ex presidente Kirchner fueron vertidas en una asamblea de intelectuales, es difícil reprimir un gesto de incredulidad o de asombro. Se tiene la impresión de que el debate político e institucional, en la Argentina, está cayendo a niveles de calidad cada vez menos rigurosos.
El país no puede volver a precipitarse en extremos de irrealidad y de abstracción comparables a los que en otros tiempos generaron divisiones y enfrentamientos por los cuales la Argentina pagó un altísimo precio. Lo menos que se le puede pedir a nuestra dirigencia política actual es que dirija su mirada al mundo de hoy y vea cómo se dirimen y resuelven, en los países más evolucionados, los dilemas institucionales y los grandes conflictos de la vida pública.
Es hora de que los argentinos nos consagremos a trabajar en la creación de un sistema político adulto y racional, que erradique definitivamente los resabios de autoritarismo, populismo y demagogia que envenenaron nuestra historia reciente. Otras naciones de nuestro sector continental han podido hacerlo. La Argentina está en condiciones de asumir en plenitud su destino republicano y democrático. No hay excusas para que sigamos demorando nuestro encuentro con la historia. El Bicentenario toca ya a nuestras puertas: salgamos a su encuentro.