Guido Antonini Wilson se está convirtiendo en una sombra persistente e implacable para el gobierno de Cristina Kirchner.
El primer problema de la Presidenta consiste en que las aseveraciones del lenguaraz empresario venezolano coinciden con la percepción de muchos sectores sociales y políticos locales sobre las opacas relaciones argentino-venezolanas. El segundo problema, aunque no menos importante, se refiere al creciente deterioro de los vínculos de la Argentina con Washington, ya no entendido éste como el gobierno de Bush, sino como la capital política más importante del mundo.
El "valijagate" irrumpió en la vida presidencial de Cristina Kirchner apenas tres días después de que asumiera la jefatura del Estado. El caso había estallado en el aeroparque de Buenos Aires durante la gestión de su esposo apenas cuatro meses antes del cambio de mando entre marido y esposa.
Ayer, como en diciembre, el Gobierno se empecinó en culpar a la administración norteamericana, indirectamente, de una supuesta conspiración para desestabilizar a la mandataria argentina.
De nada valieron, en síntesis, los dos viajes que hizo a Buenos Aires en los últimos meses el subsecretario de Estado, Tom Shannon, y su rotunda afirmación ante la Presidenta de que "el caso de la valija no tuvo nunca ninguna relación con la política exterior de los Estados Unidos".
La Presidenta aseguró en su momento creer en esa garantía del influyente funcionario norteamericano, pero ayer se rectificó. ¿Qué otra cosa le quedaría por hacer si no está dispuesta a profundizar en la investigación de lo que sucedió en aquella extraña madrugada de un invernal domingo del penúltimo agosto?
El riesgo que corre el partido gobernante es, en efecto, que aquellos exuberantes dólares de Antonini Wilson no hayan estado destinados, como se dijo, a financiar la campaña presidencial de Cristina Kirchner, sino que formaran parte de un trasiego permanente de dineros de dudoso origen entre los gobiernos de Hugo Chávez y de Néstor Kirchner. La presencia de Claudio Uberti, un funcionario menor que estaba a cargo de las autopistas argentinas, como virtual embajador comercial de Kirchner ante Chávez es lo que llama la atención.
Todo lo que significara dinero, desde convenios binacionales sobre provisión energética hasta las transacciones de empresarios argentinos con el Estado venezolano, debía pasar por la oficina de Uberti.
"Había un filtro con Uberti y otro filtro con funcionarios venezolanos para hacer cualquier negocio con Caracas, aun los referidos a los acuerdos de intercambio de energía por alimentos", contó el directivo de una empresa que debió atravesar ambos tamices. ¿Para qué existen, entonces, una embajada y una embajadora argentina en Caracas? "Las cuestiones políticas se cocinaban en un lugar y las del dinero, en otro", respondió el empresario. Uberti tiene derecho a la presunción de inocencia, pero alguien debería comprobar si realmente es inocente. ¿Se trata, además, sólo de Uberti?
Cristina Kirchner creyó desde el primer instante en una conspiración norteamericana, desde el preciso momento en que se enteró de la valija destripada en el Aeroparque. La convicción conlleva una contradicción. Antonini Wilson y su misteriosa valija viajaron en un avión rentado por el gobierno argentino (nunca se supo para qué ni por qué) que trasladaba sólo a funcionarios argentinos y venezolanos.
Si la conspiración fuera cierta, los gobiernos de Kirchner y de Chávez deberían rendirse ante la evidencia: sus funcionarios son demasiado ineptos, ciertamente ingenuos y torpes como para haber permitido que el espionaje norteamericano se metiera con su gente y sus dólares en ese avión.
Es mejor, por lo tanto, llegar a la conclusión más lógica que existe a la vista de cualquier mortal: nunca hubo mejor argumento que la denuncia de una conspiración del único imperio sobreviviente para tapar ciertas fechorías en el manejo de los recursos públicos. Chávez ha hecho uso y abuso de ese viejo y desgastado recurso.
Una reiterada defensa de los funcionarios argentinos consiste en señalar que el gobierno norteamericano no le ha concedido la extradición de Antonini Wilson, pedida por la justicia argentina. Antonini Wilson no es santo para ninguna religión seria y él mismo se ha prestado a los dudosos manejos financieros del chavismo venezolano. Es, en última instancia, una expresión cabal de la "boliburguesía" venezolana, nacida y criada al calor de los petrodólares del chavismo.
Sin embargo, ningún juez argentino pidió nunca lo que el gobierno norteamericano no podría negarle: que los magistrados argentinos puedan indagar a Antonini Wilson en los Estados Unidos. Ese mecanismo está previsto por la ley norteamericana. La extradición es, en cambio, una especie de ladrido a la luna. El venezolano es también ciudadano norteamericano y, por lo tanto, nunca se le concederá su extradición a la justicia argentina.
A todo esto, ¿para qué serviría la extradición de Antonini Wilson si la justicia argentina se ha destacado sólo por no hacer nada en la investigación del resonante caso? ¿Acaso no estaría en condiciones de seguir ninguna otra pista si careciera de la presencia en la Argentina del parlanchín venezolano? No es así, desde luego. Existen otros caminos para aproximarse a la verdad si hubiera voluntad de hacerlo.
El matrimonio Kirchner debió cancelar ayer una escala en Caracas prevista para la próxima semana. No obstante, el gobierno de Cristina Kirchner volvió a golpear sobre Washington el mismo día en que el inestable Evo Morales y el propio Chávez echaron de Bolivia y Venezuela a los embajadores norteamericanos. La prensa en los Estados Unidos comienza ya a tomar nota del caso que involucra tanto a Chávez como a los Kirchner. Hay, en verdad, mejores compañías para trotar por este mundo.
El primer problema de la Presidenta consiste en que las aseveraciones del lenguaraz empresario venezolano coinciden con la percepción de muchos sectores sociales y políticos locales sobre las opacas relaciones argentino-venezolanas. El segundo problema, aunque no menos importante, se refiere al creciente deterioro de los vínculos de la Argentina con Washington, ya no entendido éste como el gobierno de Bush, sino como la capital política más importante del mundo.
El "valijagate" irrumpió en la vida presidencial de Cristina Kirchner apenas tres días después de que asumiera la jefatura del Estado. El caso había estallado en el aeroparque de Buenos Aires durante la gestión de su esposo apenas cuatro meses antes del cambio de mando entre marido y esposa.
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Ayer, como en diciembre, el Gobierno se empecinó en culpar a la administración norteamericana, indirectamente, de una supuesta conspiración para desestabilizar a la mandataria argentina.
De nada valieron, en síntesis, los dos viajes que hizo a Buenos Aires en los últimos meses el subsecretario de Estado, Tom Shannon, y su rotunda afirmación ante la Presidenta de que "el caso de la valija no tuvo nunca ninguna relación con la política exterior de los Estados Unidos".
La Presidenta aseguró en su momento creer en esa garantía del influyente funcionario norteamericano, pero ayer se rectificó. ¿Qué otra cosa le quedaría por hacer si no está dispuesta a profundizar en la investigación de lo que sucedió en aquella extraña madrugada de un invernal domingo del penúltimo agosto?
El riesgo que corre el partido gobernante es, en efecto, que aquellos exuberantes dólares de Antonini Wilson no hayan estado destinados, como se dijo, a financiar la campaña presidencial de Cristina Kirchner, sino que formaran parte de un trasiego permanente de dineros de dudoso origen entre los gobiernos de Hugo Chávez y de Néstor Kirchner. La presencia de Claudio Uberti, un funcionario menor que estaba a cargo de las autopistas argentinas, como virtual embajador comercial de Kirchner ante Chávez es lo que llama la atención.
Todo lo que significara dinero, desde convenios binacionales sobre provisión energética hasta las transacciones de empresarios argentinos con el Estado venezolano, debía pasar por la oficina de Uberti.
"Había un filtro con Uberti y otro filtro con funcionarios venezolanos para hacer cualquier negocio con Caracas, aun los referidos a los acuerdos de intercambio de energía por alimentos", contó el directivo de una empresa que debió atravesar ambos tamices. ¿Para qué existen, entonces, una embajada y una embajadora argentina en Caracas? "Las cuestiones políticas se cocinaban en un lugar y las del dinero, en otro", respondió el empresario. Uberti tiene derecho a la presunción de inocencia, pero alguien debería comprobar si realmente es inocente. ¿Se trata, además, sólo de Uberti?
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Cristina Kirchner creyó desde el primer instante en una conspiración norteamericana, desde el preciso momento en que se enteró de la valija destripada en el Aeroparque. La convicción conlleva una contradicción. Antonini Wilson y su misteriosa valija viajaron en un avión rentado por el gobierno argentino (nunca se supo para qué ni por qué) que trasladaba sólo a funcionarios argentinos y venezolanos.
Si la conspiración fuera cierta, los gobiernos de Kirchner y de Chávez deberían rendirse ante la evidencia: sus funcionarios son demasiado ineptos, ciertamente ingenuos y torpes como para haber permitido que el espionaje norteamericano se metiera con su gente y sus dólares en ese avión.
Es mejor, por lo tanto, llegar a la conclusión más lógica que existe a la vista de cualquier mortal: nunca hubo mejor argumento que la denuncia de una conspiración del único imperio sobreviviente para tapar ciertas fechorías en el manejo de los recursos públicos. Chávez ha hecho uso y abuso de ese viejo y desgastado recurso.
Una reiterada defensa de los funcionarios argentinos consiste en señalar que el gobierno norteamericano no le ha concedido la extradición de Antonini Wilson, pedida por la justicia argentina. Antonini Wilson no es santo para ninguna religión seria y él mismo se ha prestado a los dudosos manejos financieros del chavismo venezolano. Es, en última instancia, una expresión cabal de la "boliburguesía" venezolana, nacida y criada al calor de los petrodólares del chavismo.
Sin embargo, ningún juez argentino pidió nunca lo que el gobierno norteamericano no podría negarle: que los magistrados argentinos puedan indagar a Antonini Wilson en los Estados Unidos. Ese mecanismo está previsto por la ley norteamericana. La extradición es, en cambio, una especie de ladrido a la luna. El venezolano es también ciudadano norteamericano y, por lo tanto, nunca se le concederá su extradición a la justicia argentina.
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A todo esto, ¿para qué serviría la extradición de Antonini Wilson si la justicia argentina se ha destacado sólo por no hacer nada en la investigación del resonante caso? ¿Acaso no estaría en condiciones de seguir ninguna otra pista si careciera de la presencia en la Argentina del parlanchín venezolano? No es así, desde luego. Existen otros caminos para aproximarse a la verdad si hubiera voluntad de hacerlo.
El matrimonio Kirchner debió cancelar ayer una escala en Caracas prevista para la próxima semana. No obstante, el gobierno de Cristina Kirchner volvió a golpear sobre Washington el mismo día en que el inestable Evo Morales y el propio Chávez echaron de Bolivia y Venezuela a los embajadores norteamericanos. La prensa en los Estados Unidos comienza ya a tomar nota del caso que involucra tanto a Chávez como a los Kirchner. Hay, en verdad, mejores compañías para trotar por este mundo.